- I -
Mi abuelo Fernando, a quien llamábamos Titu, tenía la mirada clara, la frente amplia, y la palabra rocosa de arengas y de cigarros. Sentado en su sillón, o en la algarabía de un café, o a la sombra de un naranjo sevillano, desgranaba ameno y socarrón el fragor de otras días y de otras guerras: el Desastre de Annual, la Campaña del Rif, la Guerra Civil que le requirió apenas doce días después de contraer matrimonio. De todos aquellos episodios, mi asombro de niño se recreaba en la narración de la Guerra de Cuba y la gesta de mi tatarabuelo Joaquín, a quien llamábamos el General Vara de Rey.

El mundo de fines del siglo XIX ya conocía el poder de la prensa y de la fotografía, de modo que los ecos del Combate cruzaron velozmente el Océano. La sociedad española, aturdida por los acontecimientos del 98, alabó enseguida el heroísmo del General y de sus hombres. A título póstumo le fue concedida la Cruz Laureada de San Fernando, el Senado proclamó su valor y concedió una pensión a su viuda, se esculpieron monumentos a su memoria en Madrid y en Ibiza, y aún hoy su nombre da lustre a calles y plazas de varias ciudades españolas.
Casi cien años después de estos sucesos, mi abuelo Titu fallecía en un Hospital de Madrid. Semanas después mi abuela Maruja me comunicó el hallazgo, entre sus cosas, de una carpeta que parecía contener papeles relativos a nuestra familia y en la que en primer término se podía hallar la siguiente nota ológrafa: “Cuando yo falte dad, por favor, esta carpeta con su contenido a Paty para que la conserve y, en su día, se la dé a su hijo Fernando. ¡¡Gracias!!”.
Mi padre a quien llamábamos Paty, extraviado en la desmesura de otras y otras guerras sin cuartel, rehusó el ofrecimiento. Siguiendo la línea natural y el propio designio de mi abuelo, la carpeta llegó a mis manos. En ella encontré escritos de un profundo valor sentimental: un árbol genealógico tupido de generaciones, certificados de nacimiento y de defunción, cédulas de nombramiento de mi bisabuelo al que llamaban Miguel y que fue magistrado en varias ciudades de la península y de ultramar. La carpeta contenía asimismo documentos relativos al General Joaquín Vara de Rey: recortes de prensa de época, croquis del Combate de El Caney, y un fascímil de la hoja de servicios que me permitió conocer detalles tales como su participación en tercera guerra carlista, su calidad de Capitán General de Filipinas y Gobernador de las Islas Marianas, su heroísmo en la Batalla de Loma de Gato ya en tierra cubana, y el luctuoso hallazgo de que junto al General lucharon y perecieron en El Caney su hermano y dos de sus hijos. El estudio de estos elementos y el recurso a otras lecturas fue sedimentando en mí el proyecto de viajar a Cuba y recorrer los escenarios del Combate: años después, el azar me deparó un encuentro formidable que supuso el espaldarazo definitivo.
Casi cien años después de estos sucesos, mi abuelo Titu fallecía en un Hospital de Madrid. Semanas después mi abuela Maruja me comunicó el hallazgo, entre sus cosas, de una carpeta que parecía contener papeles relativos a nuestra familia y en la que en primer término se podía hallar la siguiente nota ológrafa: “Cuando yo falte dad, por favor, esta carpeta con su contenido a Paty para que la conserve y, en su día, se la dé a su hijo Fernando. ¡¡Gracias!!”.
Mi padre a quien llamábamos Paty, extraviado en la desmesura de otras y otras guerras sin cuartel, rehusó el ofrecimiento. Siguiendo la línea natural y el propio designio de mi abuelo, la carpeta llegó a mis manos. En ella encontré escritos de un profundo valor sentimental: un árbol genealógico tupido de generaciones, certificados de nacimiento y de defunción, cédulas de nombramiento de mi bisabuelo al que llamaban Miguel y que fue magistrado en varias ciudades de la península y de ultramar. La carpeta contenía asimismo documentos relativos al General Joaquín Vara de Rey: recortes de prensa de época, croquis del Combate de El Caney, y un fascímil de la hoja de servicios que me permitió conocer detalles tales como su participación en tercera guerra carlista, su calidad de Capitán General de Filipinas y Gobernador de las Islas Marianas, su heroísmo en la Batalla de Loma de Gato ya en tierra cubana, y el luctuoso hallazgo de que junto al General lucharon y perecieron en El Caney su hermano y dos de sus hijos. El estudio de estos elementos y el recurso a otras lecturas fue sedimentando en mí el proyecto de viajar a Cuba y recorrer los escenarios del Combate: años después, el azar me deparó un encuentro formidable que supuso el espaldarazo definitivo.
En 2004 me encontré con Ángel Luis Cervera, bisnieto del ilustre almirante Cervera. Pascual Cervera dirigía la flota española que sucumbió a las naves estadounidenses que cercaban el litoral cubano en los días aciagos del 98. Ángel Luis Cervera fue como yo depositario de la memoria de sus mayores. Investigador, conferenciante, y propietario de una formidable colección de reliquias de la Contienda, fue él quien me persuadió del fervor con que el estrato intelectual cubano e incluso la sociedad civil recordaban a mi Tatarabuelo. En realidad los intereses de la Cuba de entonces pasaban por la victoria estadounidense, pero la traición a estos intereses que supuso la Enmienda Plat o tal vez el desgaste de la imagen de Estados Unidos ante la opinión pública local o acaso el peso de la gloria que al cabo no distingue banderas ni uniformes, parecía despertar la admiración hacia el General Vara de Rey. “Adversario --decían- que no enemigo”.
Gracias a la mediación de Ángel Luis pude contactar con Omar López, Conservador de la ciudad de Santiago, y con Eusebio Leal, Historiador Oficial de la Ciudad de La Habana. En vista de su cálida respuesta avancé los preparativos y, una mañana de agosto de 2005, tomé un avión de Cubana de Aviación que me condujo hacia mi estirpe, hacia mi infancia, y hacia la patria indómita de los recuerdos.
(...)
Autor: Fernando Martínez-Vara de Rey de Irezábal
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