- II -
(...)
En compañía de Omar López, Conservador de la Ciudad de Santiago, de su hija Yaumara, y de Susana, a quien quise y a quien perdí, camino por el suelo ocre de la playa de Siboney. Cuentan los cronistas que a ella arribaron las fuerzas estadounidenses, y que en sus aledaños acamparon y aguardaron algunos días hasta desplegar su ataque. Sin prisas, sin urgencias, agotaban una espera de lustros y ensayaban un sabor premonitorio de victoria. Al frente divisamos un horizonte profundo y atlántico, a nuestra espalda se yerguen los promontorios casi gemelos de San Juan y El Caney que por primera vez se iza ante mis ojos. Recorremos la senda que tomaron las tropas norteamericanas, y tomamos resuello en el museo de la allí denominada Guerra Hispano-Cubana-Norteamericana. Su responsable me muestra uniformes y medallas, armas y fotografías, me invita a firmar en el libro de visitas ilustres, y me palpa un hombro tímidamente con un aire de superstición. También en Omar y en otras personas que saludamos durante el recorrido percibo un hálito de acontecimiento, una reverencia a la sangre que me anima y al regreso de un Vara de Rey al túmulo figurado de sus antepasados. “Adversario --decían- que no enemigo”.
A media mañana emprendemos el ascenso hacia el fuerte que corona la loma de El Caney. La vegetación, el aire del mar, la luz del mediodía componen una atmósfera de paz infinita. De pronto el cielo se nubla y se quiebra con una lluvia fina pero sonora. Omar afirma “hoy todo es extraño, vine cientos de veces a esta colina y jamás vi llover”.
El Caney presenta una subida sinuosa, un camino de vías angost
as que deja a ambos lados un remanso de helechos y de maleza. En las primeras estribaciones queda el poblado, trabado de las chozas de techo de palma –caneys- que dan nombre a la loma. Nadie se asoma, nada se escucha. Poco a poco la senda se empina y se ensancha, y deja ver a sus lados el perfil adusto de los blocaos. “Desde aquel puesto -comenta Omar-, dispararon al General Vara de Rey en ambas piernas”.
En su cima permanece, incólume a las balas y al polvo de las Historia, el fuerte de El Caney. Como los fuertes de juguete de nuestra niñez resulta una construcción monótona, apenas 4 paredes de ladrillo recubiertas de argamasa y de piedra y hendidas por troneras como ojos verticales. En su centro se extiende un suelo de grava y un bloque de piedra coronado por uno de los dos cañones con que contaban los españoles.
Penetró en el fuerte, escaló las barras que conducen hasta la escueta superficie de la que brota el cañón. Los escenarios de la Batalla – El Viso, San Juan, Siboney - se superponen a un paisaje imponente. El calor es sofocante, la lluvia solitaria y húmeda. Llevo en una mano un ramo de flores, uncido con dos lazos de colores que evocan las banderas de España y de Cuba. Propongo a Omar que cada cual amarre un lazo a un extremo del cañón, él la bandera española y yo la cubana como austera liturgia de reconciliación. Tomo entonces un texto de Justo de Lara, periodista cubano que refirió el Combate en “El Fígaro de La Habana” y leo en alta voz algunos de sus fragmentos: “…El que escribe estas líneas se encontraba aquel día memorable en el sangriento campo de lucha entre los enemigos de España, y hubiera sentido el triunfo de los españoles como una desgracia para Cuba y tal vez para el mundo…Pero admiremos el gigante español. ¡Hombres de todos los pueblos que respetáis el heroísmo, saludad la memoria de Vara de Rey!....Cuando ya no le quedaba más que un puñado de hombres y las heridas de su cuerpo no le permitían ponerse en pie, comenzó, acostado en una camilla y conducido por dos soldados, la retirada hacia Santiago, el acto militar más sublime de los tiempos modernos… En aquel espantoso día aquel gigante vio la destrucción de cuanto podía serle más grato en la existencia: su familia, su bandera, el poder de su patria. Mas ni un instante se abatió su espíritu de acero. Herido dos veces, rodeado apenas de 60 hombres, resto último de sus tropas, se incorporó en la camilla para decir: ¡Fuego, Muchachos! La tercera bala vino entonces a cortar su existencia. Cayó como un titán dominado por la muerte, pero todavía le quedaron fuerzas para incorporarse por última vez y, con los ojos vidriados por la agonía, ahogándose en su sangre, levantar la espada, como en saludo militar a la Gloria, y gritar nuevamente: ¡Fuego y Viva España!”.
Al concluir la lectura yo, a quien llaman Fernando, por primera vez en mi vida adulta lloré. Desconsoladamente, airadamente, dulcemente. Lloré por la agonía y por la muerte, por el alma de hombre de mi General, por los quintos que perecieron sin poder contar que habían visto el mar, por la pompa imperial vuelta jirones, por el trágico destino de la España que aún habría de sufrir una Guerra Civil, por la gloria de todas las batallas y el horror de todas las guerras, por mi abuelo que hizo mía su memoria, por mi padre que me usurpó la suya, por el cieno suculento de la infancia y por la noche incierta del porvenir.
El Caney presenta una subida sinuosa, un camino de vías angost

En su cima permanece, incólume a las balas y al polvo de las Historia, el fuerte de El Caney. Como los fuertes de juguete de nuestra niñez resulta una construcción monótona, apenas 4 paredes de ladrillo recubiertas de argamasa y de piedra y hendidas por troneras como ojos verticales. En su centro se extiende un suelo de grava y un bloque de piedra coronado por uno de los dos cañones con que contaban los españoles.
Penetró en el fuerte, escaló las barras que conducen hasta la escueta superficie de la que brota el cañón. Los escenarios de la Batalla – El Viso, San Juan, Siboney - se superponen a un paisaje imponente. El calor es sofocante, la lluvia solitaria y húmeda. Llevo en una mano un ramo de flores, uncido con dos lazos de colores que evocan las banderas de España y de Cuba. Propongo a Omar que cada cual amarre un lazo a un extremo del cañón, él la bandera española y yo la cubana como austera liturgia de reconciliación. Tomo entonces un texto de Justo de Lara, periodista cubano que refirió el Combate en “El Fígaro de La Habana” y leo en alta voz algunos de sus fragmentos: “…El que escribe estas líneas se encontraba aquel día memorable en el sangriento campo de lucha entre los enemigos de España, y hubiera sentido el triunfo de los españoles como una desgracia para Cuba y tal vez para el mundo…Pero admiremos el gigante español. ¡Hombres de todos los pueblos que respetáis el heroísmo, saludad la memoria de Vara de Rey!....Cuando ya no le quedaba más que un puñado de hombres y las heridas de su cuerpo no le permitían ponerse en pie, comenzó, acostado en una camilla y conducido por dos soldados, la retirada hacia Santiago, el acto militar más sublime de los tiempos modernos… En aquel espantoso día aquel gigante vio la destrucción de cuanto podía serle más grato en la existencia: su familia, su bandera, el poder de su patria. Mas ni un instante se abatió su espíritu de acero. Herido dos veces, rodeado apenas de 60 hombres, resto último de sus tropas, se incorporó en la camilla para decir: ¡Fuego, Muchachos! La tercera bala vino entonces a cortar su existencia. Cayó como un titán dominado por la muerte, pero todavía le quedaron fuerzas para incorporarse por última vez y, con los ojos vidriados por la agonía, ahogándose en su sangre, levantar la espada, como en saludo militar a la Gloria, y gritar nuevamente: ¡Fuego y Viva España!”.
Al concluir la lectura yo, a quien llaman Fernando, por primera vez en mi vida adulta lloré. Desconsoladamente, airadamente, dulcemente. Lloré por la agonía y por la muerte, por el alma de hombre de mi General, por los quintos que perecieron sin poder contar que habían visto el mar, por la pompa imperial vuelta jirones, por el trágico destino de la España que aún habría de sufrir una Guerra Civil, por la gloria de todas las batallas y el horror de todas las guerras, por mi abuelo que hizo mía su memoria, por mi padre que me usurpó la suya, por el cieno suculento de la infancia y por la noche incierta del porvenir.
“¡Fuego y Viva España!” Un manojo de flores encarnadas obstruía la boca del cañón.
Autor: Fernando Martínez-Vara de Rey de Irezábal
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.